La relojería suiza tiene miedo. Y es comprensible. Sus cifras no son nada buenas y lo peor es que la tendencia no augura buenos tiempos. La caída precipitada el verano pasado en las exportaciones se acelera. Así, sólo en marzo -último mes del que se tienen datos a la hora de cerrar esta revista-, el retroceso ha sido superior al 16% en lo que a valor se refiere y de un 20,3% en cuanto a número de piezas vendidas, con respecto al mismo período del año anterior. Sin duda, el peor mes desde la crisis de 2009.

Unas más y otras menos, todas las gamas de precio caen. La que más, los relojes de hasta 500 francos suizos y los de más de 3.000 francos, siempre precio exportación; y la que menos, los que están entre 500 y 3.000 francos suizos. Da lo mismo si son en acero, oro, titanio o platino. Todos bajan considerablemente. Cae también la demanda de los principales países receptores de relojería suiza, a excepción de Alemania e incluida España, que rompe su tímida y esperanzadora serie positiva y retrocede algo más de un 7%.

Ya hemos analizado en varias ocasiones las causas y hemos hablado de la más que desfavorable coyuntura internacional. Pero el dinero sigue ahí, no se ha evaporado, y la industria del lujo sigue haciendo disfrutar a unos y soñar a otros. Entonces, ¿qué pasa? La respuesta parece sencilla: la incertidumbre política y la inestabilidad económica de la mayoría de los mercados hace que el dinero permanezca en silencio y a buen recaudo en sus cajas fuertes o en sus paraísos fiscales. Una situación que nada favorece el consumo, principal motor de las economías occidentales y modelo imitado por las emergentes, ahora también en retroceso.

Mientras tanto, los relojeros, asustados, discuten sobre si aumentar o no el porcentaje de componentes suizos en un reloj Swiss made hasta el 60%. Curiosa paradoja que, en justicia y en mi opinión, debería resolverse con un porcentaje aún mayor. Si un cliente invierte una buena suma en un reloj suizo, convencido de que es sinónimo de calidad y fiabilidad, el reloj debe ser exactamente eso, suizo, porque es lo que le han vendido. Lo cierto es que entre una cosas y otras, éste promete ser un año de transición y reflexión. Las palabras de Patrick Hoffmann, presidente de Ulysse Nardin, al que entrevistamos en Basilea, parecen dar la clave: “Para tener éxito hay que ser flexible y saber adaptarse”. ¡Buen consejo!

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