Las exportaciones de relojes suizos continúan cayendo. Aunque más moderado que en meses anteriores, el descenso en el pasado mes de septiembre fue del 5,7%. Sin embargo, un signo positivo está emergiendo tímidamente: los relojes cuyo precio oscila entre 500 y 3.000 francos suizos parecen recuperarse ligeramente.
Por supuesto, esto no nos hace cantar victoria ni decir que a la crisis, que se prolonga desde hace dos años, le quedan unas pocas semanas de vida. Nada de eso. Sin embargo, lo que ocurre con los relojes de acero es alentador. Y es que, son los guardatiempos de este material los únicos, que, aunque muy tímidamente, han mantenido unas cifras de exportación positivas en el mes de septiembre. Esto no quiere decir, en absoluto, que los clientes y los amantes de la alta relojería renuncien a su placer. Dicho esto, estos aficionados a la bella relojería técnica han comprendido que no es forzosamente necesario gastar decenas de miles de francos, dólares o euros para adquirir un reloj de calidad. Es suficiente, por no dar más que dos ejemplos, pensar en el cuádruple retrógrado de Longines que, por menos de 3.000 francos suizos, precio venta público, ofrece una tecnología asombrosa o un soberbio cronógrafo monopulsante con rueda de pilares.
No es por azar que cito a Longines. En efecto, la marca de Saint-Imier lleva a cabo una política, decidida hace más de 10 años, que le permite ofrecer relojes técnicos de alta calidad a un precio extremadamente accesible. Es una manera elegante de respetar a sus clientes, pero es sobre todo un fantástico medio de fidelizar y de conferir a la marca un áurea de tecnicidad y de elegancia.
Pero Longines no es la única marca del grupo Swatch que actúa de esta manera. En el segmento superior se encuentra Omega, que, desde hace 20 años, experimenta una progresión remarcable; como Tissot en el segmento más económico. Hoy, esta política de «cada uno a su lugar en la constelación de precios y segmentos» es muy reconocida.
Desafortunadamente no ocurre lo mismo en toda la relojería suiza. Por distintas razones, aunque es fácil adivinar que es sobre todo por hacer mucho dinero, numerosas firmas han salido de su segmento de mercado para sumarse al campo de las grandes marcas. Muchas han querido ponerse a fabricar una parte de los componentes, o incluso los movimientos completos.
Cierto, es una excelente idea, pero no hay que soñar. Para crear un movimiento mecánico automático de base son necesarios varios años de trabajo y, sobre todo, hay que invertir mucho dinero. Buen número de marcas han querido entrar en el terreno de la alta gama. Mientras el mercado se portaba bien y los negocios eran jugosos, los costes de producción de los movimientos no eran un problema. Se les rodeaba de una caja de oro o de platino y ¡listo!.
Honestamente, hay que reconocer que algunas marcas han propuesto muy bonitos relojes que han conseguido, sin duda, un lugar en el concierto de las grandes marcas. Pero donde la situación se complicaba es en la comunicación. Pues aunque estas «pequeñas o nuevas marcas» lograban mantener su rango entre los grandes, no tenían casi ningún medio para comunicar. Y cuando uno se encuentra cara a gigantes como Rolex, Cartier, Patek Philippe, Audemars Piguet o Breguet, por no citar más que algunos de ellos, son necesarios enormes medios financieros para imponer sus creaciones en los mercados. Sólo hay que ver los esfuerzos constantes que hacen algunos de estos grandes, que no dudan en gastar más de 300 millones de euros en comunicación.
Pues bien, a este ritmo, las casas más modestas no pueden seguir, y rápidamente deben renunciar a producir cantidades significativas de relojes. Quien dice cantidades significativas, dice también costes más elevados. Es obvio que si se puede equipar un reloj mecánico automático con un movimiento de base de 500 francos, es mejor que ver el precio del mismo movimiento subir a más de 3.000 francos.
Hoy en día, un buen número de casas relojeras sufren mucho, tanto que apenas llegan a mantenerse con vida. Por eso están dispuestas a recibir «paralelistas», ayer odiados y hoy cuidados en grandes hoteles, limusinas y buenas mesas, para convencerles de que se ocupen de su stock de relojes y lo liquiden barato. Importantes son también los signos de debilidad finaniera que obligan a determinadas marcas a buscar compradores. En sí misma, ésta es una buena idea, pero demasiado a menudo las marcas en cuestión piden sumas astronómicas y totalmente irreales.
Pero no son sólo las firmas independientes las que están en una situación mala. Algunas marcas denominadas «globales», es decir, que venden no sólo relojes, sino también joyas, bolsos, vestimenta, perfumes, instrumentos de escritura, piel y que, como fabricantes de relojes, se habían lanzado a un segmento de relojes muy técnicos y muy onerosos, pues bien, algunas de estas marcas están dando marcha atrás a toda velocidad, sugiriendo que van a abandonar el segmento de los relojes que calificaban de «alta relojería» para volver a centrarse en relojes de base.
Hay que decir que los propietarios de los grupos que gestionan estas marcas de prestigio han tirado del freno de mano y han parado el derroche. Además, algunos CEO’s de estas casas están actualmente en el disparadero, sentados sobre sillas eyectables, posición poco confortable, pero, sin duda, estos son los riesgos de un oficio extraordinariamente bien pagado.
No obstante, y en conclusión, se puede decir que, aunque la relojería helvética vive una crisis importante, no está al nivel de la del cuarzo que casi la mata hace una treintena de años. Por supuesto, la situación es delicada y la recuperación no es sólo un asunto de organización y de gestión de las marcas. Los mercados reaccionan a toda una serie de acontecimientos sobre los que los relojeros no tienen el control. Pero, aunque la industria de la medida del tiempo vaya a salir finalmente de esta situación, no lo hará sin dolor. Esperemos que los daños sean lo más pequeños posibles, pues, detrás de todo esto, hay mujeres y hombres que ponen su inteligencia y su energía al servicio de su empresa. Hay que hacer todo lo posible para que estas personas puedan continuar practicando su oficio y haciendo que los demás nos beneficiemos de su muy rico e importante saber-hacer, del que son depositarias hoy y transmisores mañana. Si un día debemos pedir a los socios chinos que nos fabriquen las ruedas y demás componentes que equipan los relojes, ¡la relojería suiza estará muerta y bien enterrada!