En mi crónica precedente escribía que una disminución de la cifra de negocios de alrededor del 4% no sería catastrófica para la relojería suiza. Y les explicaba que si los grupos iban a atravesar esta tormenta sin ningún golpe, algunos independientes podrían encontrarse atrapados en la tempestad y a la deriva.

Hoy conocemos las cifras definitivas, reveladas por la FH, la Federación de la Industria Relojera. Y el resultado es menos malo que el previsto inicialmente ya que la disminución en la cifra del negocio relojero helvético es del 3,3%. La FH explica: «La relojería suiza ha hecho frente a un entorno más complejo y más difícil en 2015, y ha sufrido su primer descenso desde 2009. El valor de las exportaciones relojeras se establece en 21,5 mil millones de francos, lo que supone un retroceso del 3,3% respecto a 2014». Conviene recordar, no obstante, que 2014 fue el año de la explosión de todos los récords.

La FH continúa: «La situación de las exportaciones relojeras se ha ido degradando paulatinamente en el transcurso del año 2015, pasando del +3,2% del primer trimestre al negativo -7,3% durante el cuarto trimestre. En el segundo semestre cristalizaron la mayor parte de los elementos que han afectado al sector, situándose por debajo de su nivel de 2014, -6,8%, mientras que la primera mitad del año estaba aún en positivo con un +0,5%». Pero entre estas malas noticias, una satisfacción: prácticamente en todos los segmentos de precio, el número de relojes producidos y vendidos ha aumentado. Esto significa que los relojes suizos tienen un mejor precio y, por lo tanto, son más demandados.

De hecho, hemos vuelto a la situación de 2012. Y se impone un pequeño recuerdo: a finales de ese año de 2012, un buen número de relojeros se felicitaban por haber realizado un gran año. Tres años más tarde no dejan de quejarse. ¡Seamos claros!. La disminución no es nunca agradable, pero si la ponemos en el contexto del tiempo, por ejemplo de los últimos 20 años, se percibe que no es tan catastrófica y que no va, en todo caso, a poner en cuestión la supremacía de la relojería suiza.

A todas y todos aquellos que se interrogan sobre la llegada al mercado de los relojes conectados, se les puede decir claramente que estos relojes no tienen nada que ver con la disminución de la cifra de negocios de la relojería tradicional suiza. De hecho, crear relojes mecánicos o producir relojes conectados son oficios completamente diferentes. Se puede pensar lo que queramos sobre los relojes conectados, pero hay un hecho innegable: están en el mercado y se venden por millones de ejemplares. No necesitamos, para nuestro propósito en esta crónica, comparar unos con otros. Pero conviene precisar que estos millones de relojes conectados vendidos el año pasado, lo han sido a clientes que no son los clientes de la relojería suiza. La mayoría son jóvenes que, salvo raras excepciones, no habrían comprado nunca un reloj tradicional.

Las opiniones recogidas en los cinco continentes son claras: estos productos, los tradicionales y los conectados, no son competencia. La relojería suiza crea movimientos mecánicos sofisticados que son auténticas odas a la inteligencia mecánica. Los relojes conectados están equipados con micro procesadores que permiten ofrecer a los que los llevan todas las informaciones que necesitan. La hora no es, para estos usuarios de relojes conectados, más que la menor de las informaciones.

Otra prueba de que no son competencia es el Swiss made. Para la inmensa mayoría de clientas y clientes de relojería suiza tradicional, el aspecto de «fabricado en Suiza» es de gran importancia, pues es una garantía de calidad de realización y de durabilidad de producto. Además, si se compra un reloj mecánico en 2016, seguirá funcionando en 2116 y también en 2216 y así sucesivamente.

Por supuesto, no se puede decir lo mismo de un reloj conectado. Lo cierto es que están en camino de ocupar el lugar de los teléfonos móviles que, de aquí a cinco o seis años, estarán totalmente obsoletos. Su interior no es, en absoluto, el resultado de una investigación mecánica, sino de un micro procesador que permite efectuar una multitud de operaciones diferentes. Y los micro procesadores tan sofisticados no pueden fabricarse en Suiza, pues el país helvético no tienen la capacidad para luchar, en el terreno industrial, contra Intel o Google. Por otro lado, sería estúpido querer competir con los grandes que han programado ya la obsolescencia de los instrumentos que acaban de poner en el mercado.

Para las empresas relojeras suizas, hacer grandes inversiones para intentar competir con los gigantes de la electrónica sería completamente contraproductivo. Y para estar seguros de ello, baste con hacer funcionar nuestra memoria. ¿Recuerdan que Swatch comercializó el primer reloj conectado? Se trataba de un reloj que permitía a los esquiadores utilizar las pistas de sus estaciones preferidas sin perder un minuto, pues tras el descenso podían, con su reloj, volver a subir a la pista inmediatamente. Bastaba que el esquiador moviera su brazo para que el reloj informara al remonte mecánico de su paso. Resultaba extremadamente práctico e inteligente. Y sin embargo no funcionó, pues nadie lo entendió. Una vez más, Nicolas G. Hayek y su hijo Nick llevaban 20 años de adelanto. ¿Veinte años? Sí, 20 años, pues este Swatch conectado se comercializó en 1996.