“Todo empezó cuando aún estábamos en la rue du Rhône, en los años 60. Sólo teníamos unas 80 piezas antiguas que conservábamos y exponíamos en la gran sala de conferencias”. Así explica su fundador, Philippe Stern, los orígenes del Museo Patek Philippe, inaugurado en 2001 y hoy sin duda uno de los más completos e interesantes museos de relojería del mundo y uno de los principales motivos de visita de la ciudad de Ginebra.
Cuando, allá por la década de los 60, Philippe Stern decidió iniciar la colección que daría lugar al Museo Patek Philippe, la idea era mostrar la evolución de la marca a través del tiempo, por lo que empezó a comprar piezas que reconstruyeran la historia de la marca desde 1839 con tres criterios fundamentales: “Primero que fuera una pieza técnicamente interesante, que tuviera un nuevo desarrollo o una nueva complicación; segundo, que tuviera un aspeto decorativo, como un grabado o un esmalte; y tercero, que fuera una pieza histórica, es decir, que hubiera pertenecido a una persona importante o a un rey. Y por encima de todo esto estaba la calidad de la pieza”.
Por decisión propia de su fundador, el museo no hace ninguna promoción de la colección actual de Patek Philippe, pues está dedicado a la tradición y a la historia. Tanto es así, que, a excepción de algunas piezas conmemorativas, sólo se encuentran piezas creadas hasta los años 70 del pasado siglo. A finales de la década de 1980 la colección ya estaba bastante completa, con más de 1.000 piezas que relataban el devenir de la marca. “Y en aquel momento me dije que la vocación de este museo bien podría ser la de ilustrar la historia del reloj, la evolución del reloj portable, ya fuera de pulsera o de bolsillo, desde sus orígenes”, explica Philippe Stern, al tiempo que dibuja una ligera sonrisa en su rostro que más bien parece un guiño a su memoria. “Es así como empezamos a coleccionar las primeras piezas que se encontraban en Francia o en Alemania desde los alrededores de 1550 hasta 1839; es decir, piezas creadas antes de Patek Philippe. Se trataba de relojes tambor, que tenían movimientos muy primitivos, con una sola aguja porque eran tan imprecisos que era superfluo indicar los minutos. Sólo a partir de 1675, con el invento de la espiral de Huygens, los relojes comenzaron a ser más precisos, y a partir de 1680 empezamos a ver relojes que indicaban horas, minutos y segundos. Fue un trabajo muy interesante encontrar la primera pieza que marcó horas y minutos y la primera que marcó además los segundos”.
Una de las grandes pasiones de este hombre culto y sosegado son los relojes esmaltados, de los que encontró bastantes piezas de excelente calidad, sobre todo procedentes de Blois, en Francia. “El esmalte pintado empezó en 1640 y durante un periodo muy corto, de apenas 40 años, los artesanos que seguían a los reyes, que se trasladaban en verano a Blois, hicieron maravillosas piezas completamente esmaltadas con hermosos movimientos. Como no existía la espiral, la precisión no era muy buena, pero eran relojes ornamentales para los reyes y los príncipes. Se dice que en aquella época piezas como éstas tenían aproximadamente el mismo valor que una casa, no exactamente el mismo que un castillo pero sí que una casa de nobles. Eran piezas extremadamente caras y costosas”.
Y así, buscando con criterio y conocimiento piezas interesantes por su técnica o su decoración, el museo se fue desarrollando hasta alcanzar los 3.000 relojes que alberga hoy. “Es simplemente colosal”, exclama Philippe. Si mostrar la evolución de Patek Philippe, que siempre se mantuvo a la vanguardia de la relojería, fue una de las razones para crear este museo, el lado educativo fue también un importante objetivo desde el principio. “Quería mostrar a los ginebrinos lo que se hacía en Ginebra antes y después de Patek y suscitar vocaciones. En los años 70 y 80, los jóvenes no se interesaban por la relojería. Sólo se hablaba de los relojes de cuarzo, se decía que la relojería mecánica había llegado a su fin, y yo quería que estos jóvenes descubrieran y se interesaran nuevamente por el arte de la relojería al ver estas magníficas piezas que fueron realizadas hace 700, 300 ó 400 años. Patek Philippe se consagra desde hace mucho tiempo únicamente a la relojería y dominamos ese savoir-faire ancestral que procede de generaciones anteriores y que aún hoy somos capaces de seguir haciendo y que todavía hacemos piezas muy complicadas, como el Star Caliber, una pieza de bolsillo extremadamente complicada. Pero hoy aún tenemos el savoir-faire y las personas que son capaces de hacer obras maestras y piezas tan extraordinarias como en el pasado”, explica, y se rebela cuando oye decir aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. “No se han perdido los conocimientos de aquellos artesanos y relojeros extraordinarios de otras generaciones. Patek Philippe tiene aún relojeros como aquellos, capaces de hacer piezas excepcionales”.
Es tal el cúmulo de saber que encierra este museo que a menudo sirve de inspiración continua para colecciones actuales y futuras. “Efectivamente, aclara Stern. La evolución del reloj es como la de la moda para la mujer. Los trajes son largos, cortos, semi-largos, los colores cambian a lo largo de los años. En relojería es lo mismo. En cierta época los relojes eran redondos, después se volvieron de forma tonel o “tortuga”, si prefiere, después se hicieron cuadrados y más tarde rectangulares… Es un ciclo que se repite siempre. Ahora podemos decir que nuevamente estamos en un ciclo de relojes redondos, hoy encontramos muy pocos relojes de forma en el mercado, pero ya volverán”, pronostica. “Lo mismo ocurre con los colores del oro: tradicionalmente el más demandado era el oro amarillo; hoy el color dominante es el oro blanco, luego el rosa y en tercer lugar el oro amarillo, que ha pasado de moda, pero volverá de aquí a 10 ó 20 años”.
Pero, de entre estos 3.000 excepcionales relojes que forman el patrimonio de este museo ginebrino, ¿cuál es el preferido de Philippe Stern? “Me resulta difícil responder a esa pregunta”, confiesa pensativo. Incapaz de elegir un reloj por encima de todos los demás, ensalza la belleza y la calidad técnica de aquellos relojes esmaltados de Blois de alrededor de 1650, el Calibre 89, cuyo primer prototipo se guarda en el museo, aquellos primeros y muy complicados Repetición de Minutos de pulsera que se hicieron en los años 1920…”. Y volviendo a los ciclos históricos y a las vueltas que da la vida, asegura que “no hay nada nuevo”. Y es que, de nuevo fuente inagotable de inspiración, en el museo se encuentran Repetición de Minutos simples, con Calendario Perpetuo, con Cronógrafo y Calendario Perpetuo, con tourbillon… complicaciones todas ellas muy demandadas en la actualidad y “que ya se hicieron en el pasado ya sea como reloj de pulsera o de bolsillo”. Más aún, puntualiza, “en los relojes de bolsillo se encuentran cientos de complicaciones que hoy se podrían hacer en un reloj de pulsera”.
Rico en cantidad y calidad, el museo sigue vivo y la colección no cesa de incrementarse. Y es que para un coleccionista nunca hay un final. “Es una enfermedad incurable”, confiesa con un gesto que no oculta cierto placer. “Siempre miro todos los catálogos y sí, aún compro algunas piezas. Debo decir que hoy difícilmente aparecen piezas que serían interesantes para el museo. Pero siempre faltan una o dos piezas. ¡Seguro! Busco y miro todo el tiempo, aunque hoy muy pocas piezas me interesan. Hay relojes muy hermosas que conozco y que faltan, pero que forman parte de otra colección, ya sea de un Estado, o de algunos gobiernos de países árabes donde hay muchos coleccionistas, por ejemplo el Sultán de Omán es un gran coleccionista de relojes desde hace mucho tiempo. Posee unos hermosos Patek y esos no están en venta. De esas piezas dos o tres podrían interesarme. Pero en algún momento hay que parar. Ya no hay sitio en el museo. Todas las vitrinas están llenas y tampoco hay que meter demasiado. De hecho de las 3.000 piezas que tenemos sólo exhibimos 800 ó 900 como máximo”. Piezas que, como buen coleccionista y “buscador”, Philippe conoce y reconoce, “aunque con la edad me olvido de algunas”, apostilla. Y quizá para que no ocurra eso y para documentar “comme il fault” tal riqueza histórica y artística, prepara dos catálogos razonados del museo de 400 páginas cada uno y más de 1.000 piezas.