Ya lo hemos contado varias veces, la relojería suiza no pasa por su mejor momento. Las cifras así lo proclaman. Pero, por importantes que sean, más allá de las cifras y los datos hay vida. Y los relojeros siguen cumpliendo con su oficio y poniendo a disposición de los amantes de tan sofisticado arte auténticas maravillas que, en forma de reloj de pulsera, reúnen lo mejor de la ciencia, la técnica, el arte y el conocimiento humano en general. Me refiero, como ya habrán adivinado, a esos relojes complicados para los que dar la hora no es más que una de las varias funciones que indican. Funciones que unas veces están a la vista y les hacen merecedores del título de grandes complicaciones, como los calendarios perpetuos, para los que el fin de los días no tiene sentido; los GMTs, para los que el tiempo y el espacio no son una frontera; los tourbillons, capaces de resistir la gravedad de la tierra; los astronómicos, para los que el firmamento no tiene secretos; o los repetición de minutos, para los que las horas, los cuartos y los minutos se desgranan en música, la reina de las complicaciones y a la que en esta misma revista dedicamos un gran reportaje.

Existen también esos relojes que han hecho de la innovación técnica su razón de ser, que han aglutinado el saber humano en varias disciplinas aunque sus funciones –más allá de indicar la hora y los minutos, y quizá la fecha- no son tangibles. Pero no por ello dejan de ser complejos y requerir la concurrencia de ingenieros y relojeros expertos. Son esos relojes, cuya precisión supera los convencionalismos y es casi exacta, sí, exacta, si es que eso es posible cuando de medir el tiempo se trata. Son también aquellos capaces de subir a la luna o de resistir la atracción de los polos magnéticos, inmunes hasta una fuerza extrema de 15.000 gauss, como el Omega que ocupa nuestra portada, capaz de descender además hasta profundidades abismales.

No conviene olvidar tampoco la belleza per se, la sublime belleza que nos arranca una sonrisa y tranquiliza el alma cuando estamos ante ella. Esos relojes que, más allá de los deslumbrantes diamantes, se adornan con esmaltes, originales pinturas en miniatura, grabados… Arte realizado por artistas y artesanos de gran pericia.

Sí, no son buenos tiempos para la lírica, como decía la canción, pero la creatividad -artística, técnica, matemática incluso- no puede detenerse. Es consustancial al ser humano. Es la materia de la que estamos hechos y lo que nos eleva. El arte y la ciencia derramados en esas pequeñas máquinas, que nos dan la hora y nos ayudan a organizar y entender nuestro tiempo, contribuyen a ello.