En la memoria colectiva, a menos que ocurra un brutal cambio en el que nadie cree, 2016 será un año sombrío para la relojería. No solamente porque la caída de la cifra de negocios sobrepasa el 10%, sino por la inseguridad general, la mala coyuntura, el franco suizo que no deja de revalorizarse… Se diría que se dan todas las condiciones para provocar catástrofes y quiebras de empresas.

La situación es mala, las ventas se estancan o incluso disminuyen drásticamente según el país, los proveedores, o una buena parte de ellos, buscan desesperadamente trabajo a izquierda y a derecha. Y si no lo encuentran, corren el riesgo de desaparecer en poco tiempo, provocando así una gran pérdida de conocimientos y saber-hacer. Más grave aún para las mujeres y los hombres que tienen familia, el paro es una amenaza y los despidos tienen lugar por todas partes. En algunas marcas independientes de los grupos, la situación es tan tensa que se espera verlas desaparecer en cualquier momento. Muchas de ellas están en las últimas y desean ser compradas, pero nadie quiere adquirir estas marcas. Así, el paisaje de la relojería de mañana corre el riesgo de ser totalmente diferente al actual. Es, sin duda, una situación dramática.

En tales circunstancias, nadie osa hacer un pronóstico sobre todo porque, sin duda empujadas por un orgullo estúpido, las marcas que se encuentran en gran peligro persisten en hacernos creer que, si bien existe la desaceleración, no es para tanto. Esta actitud es totalmente irresponsable e incluso algunos relojeros siguen gastando aún pequeñas fortunas en comunicación y marketing para hacernos creer que todo va bien en el mundo de la medida del tiempo. Pero no es así como harán volver a los clientes.

En este sentido, y por todas las razones mencionadas anteriormente, existe la impresión de que los clientes han decidido congelar cualquier compra de relojería. Después de varias encuestas en varias decenas de boutiques de relojes, tanto en Suiza como en Europa, la apreciación es la misma en todos lados: los clientes no compran más que de vez en cuando alguna novedad.

En cuanto a la reposición de stoks, la mayor parte de las tiendas han renunciado a hacerlo. Sólo los modelos vendidos, y no son muchos, son repuestos. Peor aún, algunas marcas reconocen que los detallistas con los que trabajan les hacen pedidos de uno en uno, pues nadie quiere inmobilizar el mínimo euro o franco en un stock del que probablemente tendrá que deshacerse en poco tiempo por menos dinero. En otras palabras, algunos especialistas no dudan en afirmar que el mercado de la relojería está muerto en todas partes, excepto quizá en Japón.

Hoy, para los independientes que sufren, es tiempo de supervivencia. No ocurre lo mismo en los grandes grupos. Ciertamente, para ellos también las ventas han caído mucho y, como todos en la relojería, pierden dinero. Pero aunque estas pérdidas no son buenas, no son mortales. De hecho, por su estatus de grupo, estas entidades son fuertes y varias de ellas tienen auténticos tesoros de guerra. Así, el Grupo Swatch no despide a sus colaboradores, pues quiere conservar el saber-hacer en su interior. Además, no cesa de aumentar su paleta de competencias comprando proveedores. Es, pues, una política que a largo plazo le permitirá el control de la fabricación de relojes de la A a la Z. El grupo opera, además, en todos los rangos de precio, lo que le da la capacidad de responder rápidamente a las demandas en tal o cual segmento. Auténtica máquina industrial, el Grupo Swatch detenta un knowhow excepcional en materia de movimientos y es capaz de alimentar el mercado.

Aunque ahora la situación de los grupos es mejor que la de muchos independientes, dependerá de que siga así el rigor con el que sus dirigentes gestionen el futuro. Por el momento todas las marcas de los grupos son discretas, pues no es cuestión de gastar grandes sumas para tratar de fingir que todo va de maravilla en el mejor de los mundos. Son tiempos para la prudencia y para la economía, manteniendo el potencial de fabricación y el trabajo intenso destinado a salvaguardar las redes de distribución.

Hace tiempo que constatamos que las crisis que la relojería atravesó en el pasado no habían dejado ningún poso de sabiduría. Hoy, el mundo ha cambiado y los patrones de los grupos o marcas más prudentes, sabiendo que los árboles no llegan hasta el cielo, habían previsto que un día llegaría la brutal ralentización. Y para poder controlarla y sobrevivirla, hicieron “reservas de guerra” durante los buenos tiempos, en lugar de comprar aviones y castillos. Hoy son estas reservas las que van a permitir a la relojería salir de la crisis. No indemne, desde luego, pues algunas marcas van a desaparecer, pero al menos salir de una manera que les permita reiniciar la maquinaria y continuar llevando alto y claro la excelencia helvética en la construcción de relojes.